martes, 20 de mayo de 2008

EL ABRAZO DE LA VIRGEN



Sobre la imagen de la Virgen María abrazando a Juan Pablo

Esa imagen está estrechamente relacionada con el atentado que sufrió Juan Pablo II en la tarde del 13 de Mayo de 1.981 en la plaza de San Pedro en Roma. A la misma hora y el mismo día en que la Virgen María se apareció por primera vez a los tres pastorcillos de Fátima en 1.917.


Al recibir los disparos, Juan Pablo II, con la sotana inundada de sangre y antes de perder el conocimiento, logró pronunciar en polaco: “¡María, Madre mía! ¡María, Madre mía!”(1).


Al mediodía siguiente, cuando recuperó el conocimiento tras una operación de seis horas y de casi morir desangrado, Juan Pablo II, pregunta a su secretario: ¿Hemos dicho completas?, y tras conversar con él débilmente, le pide que le traiga al hospital todos los “papeles” de Fátima.


Una de las cosas que la Virgen María había dicho a los tres pastorcillos era: “Si no se cumplen mis peticiones, Rusia extenderá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia: los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho y varias naciones serán aniquiladas”.

La imagen de la Virgen de Czestochowa, patrona de Polonia, está en el santuario de Jasna Góra que en polaco quiere decir “La luz que disipa las tinieblas·”. En el cuadro al que nos referimos, los pliegues del paño de la Virgen coinciden. A sus pies se conserva en la actualidad la sotana blanca llena de la sangre del Santo Padre del día del atentado.

A los pocos días del atentado, un católico polaco que había estado presente en la plaza de San Pedro el día 13 de Mayo, volvió al Vaticano con una de las fotos que había tomado justo en el momento de los disparos. En la foto se insinuaba veladamente la imagen de la Virgen María con un manto azul rodeando con sus brazos a Juan Pablo II que caía abatido por los disparos. Tras examinar la fotografía, Mons. Dziwisz, secretario personal del Papa le contestó a su compatriota: “no es usted el único”. Inspirada en esa fotografía, una monja polaca realizó la pintura que ahora comentamos, y las Hermanas de Belén han hecho tallas inspiradas también en la fotografía. (2)

El cardenal Ugo Poletti, reveló algunas frases de la conversación que mantuvo Juan Pablo II con el turco Ali Agca autor material del atentado cuando el Papa, lo visitó en la prisión el 27 de Diciembre de 1.983. El prisionero le preguntó: ¿Por qué no está usted muerto?. Yo sé que estaba muy cerca y que apunté bien. Se que la bala era destructora y mortal. Entonces, ¿por qué no murió?. ¿Qué es eso que se dice de Fátima?. No sabemos lo que le respondió el Papa, pero él mismo, más tarde diría: “Una mano disparó la bala y otra mano la guió”. Y cuando diez años después era felicitado en Brasil por sus trece años de pontificado, dijo: “No, no podemos hablar de trece años. Es más exacto hablar de tres años de pontificado y diez de milagro”.(2) Al ser elegido Papa le fue hecha una profecía por el cardenal Wyszynski, primado de Polonia: “El Señor te ha llamado, debes hacer entrar a la Iglesia de Cristo en el tercer milenio”. Pero en el año 1.994, tras una larga estancia en el hospital por haberse fracturado el cuello del fémur, lo que le haría perder paulatinamente movilidad hasta su muerte, dijo en unas palabras a los fieles en la plaza de San Pedro: “Y yo comprendí que debía hacer entrar a la Iglesia de Cristo al tercer milenio, mediante la oración y por diferentes iniciativas, pero he visto que eso no bastaba: había que hacerla entrar con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio”. Cuando ya muy aquejado de dolores y muy debilitado por el Parkinson, le decían que por qué no se retiraba y descansaba, el contestaba:
“¿Se bajó Cristo de la Cruz?.
Efectivamente el atentado está relacionado con la cruz, no sólo por el sufrimiento personal del Papa, sino por el de toda la Iglesia, y de manera misteriosa, estaba profetizado por el llamado “tercer secreto de Fátima”, secreto que conocieron sucesivamente Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, y que sólo fue hecho público después del atentado, cuando se derrumbó el comunismo, se desintegró la URSS y se derribó el muro de Berlín.(3)
Y a los pies de la Cruz, lo esperaba la Virgen María, en el sitio en el que vio morir a su hijo, y fue dada a los hombres como madre (cf. Jn. 19, 25). María detuvo la bala que se paró providencialmente junto a la arteria aorta.

Toda esta relación del atentado, con Fátima y con el sufrimiento, tuvo otro gran fruto, y es que mientras estaba recuperándose en la clínica Gemeli, Juan Pablo II escribió el borrador de su Carta Apotólica: “Salvifici Doloris” (el sufrimiento, el dolor que salva). En ella Juan Pablo II aporta una visión estremecedora y a la vez llena de esperanza para el que sufre: “En el sufrimiento, se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial”.(4) “ El sufrimiento, parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre es en cierto sentido impelido a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa, es llamado a hacerlo” (5). Ante el sufrimiento, el hombre por naturaleza, protesta y pregunta ¿porqué?, pero esta pregunta no tiene respuesta a nivel humano, sólo hay una respuesta con sentido: “El hombre se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo transforma esa sensación deprimente. La fe en participar, en colaborar con los sufrimientos de Cristo en su pasión, lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre, -completa lo que falta a los padecimientos de Cristo- que en la dimensión espiritual de la obra de la redención, sirve como Cristo para la salvación de sus hermanos. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza, incluso un servicio insustituible” .(6) “No es fácil para el hombre que sufre llegar a esa madurez espiritual, ......que es fruto de una particular conversión......El sufrimiento es en sí mismo, probar el mal.....Y no puede ser cambiado desde fuera, tiene que ser fruto de un proceso interior, por una gracia especial que coloca al sufriente, codo con codo con Cristo en la Cruz, y su Espíritu de Verdad, convierte la debilidad del hombre en fuerza de Dios”. (7) “Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual”. Y termina su Carta el Papa Juan Pablo II diciendo: “Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros que sois débiles, os pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad en esta terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la Cruz de Cristo”. – Juan Pablo II –En la festividad de Nuestra Señora de Lourdes año 1.984.


----------- †-----------
(1) Aura Miguel. “El secreto que guía al Papa” Edit. Rialp – 2.001. pág. 23.
(2) Estas hermanas hacen tallas en diferentes tamaños inspiradas en la imagen del cuadro. En España, tienen dos casas, una en Xigena (Huesca) y otra en Jerez de la Frontera (Cádiz).
(2) Aura Miguel. op. cit. pág: 138.
(3) El dibujo corresponde a la visión del “tercer secreto”, está incluido en un encantador librito para nuños llamado “Beatos Francisco y Jacinta” editado por el Santuario de Fátima – Portugal.
Un fragmento de ese secreto dice: “Vimos un Obispo revestido de Blanco –pensamos que era el Santo Padre-...subir a una montaña escarpada en cuya cima había una gran Cruz, atravesando una ciudad medio en ruinas, y casi temblando, con paso vacilante, afligido por el sufrimiento y la pena, iba rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; al llegar a la cima, prosternado de rodillas a los pies de la gran Cruz, cayo abatido por unos disparos.......”
(4) “Salvifici Doloris” Edit. San Pablo. –26.
(5) “ “ - 2.
(6) “ “ - 27.
(7) “ “ - 26b.

lunes, 12 de mayo de 2008

FIDES ET RATIO. Mucho más que una encíclica



La encíclica Fides et ratio es un documento que no puede más que llenar de satisfacción al que de alguna manera “ama la sabiduría”. El Papa Juan Pablo II en la Introducción de su encíclica sintetiza de forma muy precisa la idea general del escrito y su propósito. Así pues, uno de los puntos más relevantes de su discurso se centra en la misión universal que ha confrontado a toda la humanidad con la verdad. Concretamente, entre los diversos medios en los que el hombre se ha dirigido en la en la búsqueda de la verdad, se encuentra la filosofía (n. 3). Ésta se ha caracterizado principalmente desde el principio por interrogarse sobre el porqué de las cosas y su finalidad. Pero más específicamente, la encíclica asume a la filosofía como una disciplina que, desde el comienzo, ha buscado el nivel más alto de la investigación tratando de encontrar la causas primeras de toda la realidad; esto es, el fundamento último o lo absoluto: lo que tradicionalmente se ha denominado como metafísica(n. 4).
Sin embargo, el Papa es consciente de que en nuestros días, esta búsqueda de la verdad última “parece a menudo oscurecida” (n. 5). Esto ha conducido, no sólo a la filosofía, sino a toda la cultura en general, a una forma generalizada de agnosticismo y de relativismo (cfr. n. 5). La encíclica analiza toda una serie de corrientes que han separado a la humanidad del encuentro con la verdad y que han conducido a la filosofía a prescindir de la cuestión radical de la verdad de la vida personal, del ser y de Dios (cfr. n. 86-90). El peligro que se esconde en algunas corrientes de pensamiento es que llevan, a su vez, “a una concepción más general, que actualmente parece constituir el horizonte común” (n. 90). Nuestra época, dice el Papa, ha sido calificada como la época de la “posmodernidad” (n. 91). La reflexión sobre este fenómeno, que hace referencia a algo muy complejo, va a centrar el resto de esta breve exposición, pues conecta perfectamente con la enseñanza del actual siervo de Dios Benedicto XVI, en la misión de conducir a toda la humanidad hacia la verdad plena.
El término posmodernidad hace referencia a algo tan amplio y complejo que su demarcación y caracterización más o menos precisa es todavía una incógnita. Sin embargo, podemos afirmar que las corrientes de pensamiento relacionadas con la posmodernidad anuncian una pérdida de confianza en la razón y en su capacidad para encontrar la verdad. Precisamente, la posmodernidad es fruto de una de las crisis más importantes de todos los tiempos, que llega a su cúspide en el siglo XX: la crisis de la razón. El siglo XX pasará a la Historia, entre otras muchas cosas, como el siglo en el que el hombre se dispuso a tirar por tierra muchos de los postulados y premisas que el “proyecto moderno” asumía como propios. Una razón fragmentada, plural e impura (en el sentido kantiano) no hace sino mostrar otra posibilidad, otra dimensión, otra vida, a saber, la posmodernidad.
Los autores que han sido insertados en este complejo denominado posmodernidad, se nutren de esta crisis de la razón para profesar una “doctrina”, que alberga en sus distintos contextos algunos de los siguientes dogmas: abandono de los discursos legitimadores, ausencia de criterios universales de justificación, incertidumbre sobre la verdad, carencia de valores y verdades universales, estetización general de la vida y apertura a los juegos de lenguaje. La variedad de los distintos rasgos que se pueden aplicar a la posmodernidad puede venir justificada por el hecho de que este fenómeno se está convirtiendo en una “atmósfera común”, en el que resulta imposible hacer una delimitación medianamente precisa. La “condición postmoderna” –nombre que da título a una obra de Lyotard– se extiende al ámbito del arte, de la religión y de la filosofía. Es un talante, una postura que nos invita a vivir en la “paradoja”, en la gran paradoja de la posmodernidad, que resulta ser provocadora y seductora a la vez, porque hace presente la vida misma, el fenómeno de lo humano. Esta paradoja está vigente desde el instante en que la posmodernidad defiende la no posibilidad de verdad y objetividad, la carencia de sentido y la vivencia de lo fugaz y lo provisional.
En medio de este ambiente cultural, la metafísica, la ciencia que ha intentado fundamentar y dar unidad, dirección y sentido al pensar y actuar humanos está siendo vista con malos ojos por la mayoría de las corrientes de pensamiento actuales. Por el miedo a caer en un pensamiento absolutista y fundamentalista, la mayoría de los intelectuales contemporáneos son cada vez más conscientes de que una cultura comprometida con la ontología es poco plausible. En la actualidad, el pensamiento de pensadores como Richard Rorty, Gianni Vattimo, Jacques Derrida, etc., anuncian con entusiasmo que no hay deseo de encontrar un vocabulario único y final para una “cultura superior”, porque el género que llamamos “metafísica” se ha leído con gran distanciamiento e ironía en los últimos siglos. La ideología de estos pensadores pretende situar al hombre de hoy en una cultura posmetafísca, una cultura que no reconoce nada como estable y permanente. Para ello, los predicadores de la cultura posmetafísica necesitan reconocer la contingencia, provisionalidad y precariedad de las creencias y deseos más fundamentales. El anuncio de una cultura posmetafísica se sustenta en reconocer que no hay nada definitivo y en dejar como última medida al propio yo y sus ganas.
Considerando las palabras de la segunda epístola de San Pedro en las que se dice: “Habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y atraerán sobre sí una rápida destrucción” (2 P 2, 1), queremos denunciar la falsa humildad proclamada por el pensador posmetafísico cuando afirma que no deberíamos nunca remitirnos a algo que está más allá del tiempo y del azar. En una cultura posmetafísica nadie tendría la “visión última” de la realidad, pues no habría posibilidad de ir “más allá”. Sin embargo, los nuevos profetas de la cultura posmetafísica se aferran a la única actitud que parece estar de moda: relativismo y antiautoritarismo.
El Papa Benedicto XVI, consciente de esta situación, en un discurso que pasará a la Historia por su sagacidad y lucidez, decía lo siguiente: “Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse zarandear por cualquier viento de doctrina, parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida al propio yo y sus ganas” (Homilía del Card. Ratzinger en la misa previa al cónclave, 18 abril 2005). Y es que, en filosofía uno de los puntos firmes y sobre el que no cabe duda es que “no se critica un absoluto si no es en nombre de un absoluto”. Por eso, el intento de abolir la metafísica se hace en nombre de otra cosa: ya sea la reivindicación de un género literario, o en nombre de la democracia, o en nombre de una posición laicista, o en una actitud difusa de pensamiento débil. En definitiva, la única posibilidad seria de superación de la metafísica sería la de no decir ni pronunciar palabra añguna. Pero, esto, como sabemos, convertiría al ser humano en poco más que un tronco seco. Por esta razón, en el ansia de superación de la filosofía, de la vera philosophia exige la importación de un pensamiento nuevo y radical que evite y rechaze todo lo anterior.
En la inmensa tarea de denunciar las falsas doctrinas y herejías perniciosas se inserta toda la Iglesia y con ella la encíclica de nuestro venerado Juan Pablo II, para seguir alentando y conduciendo al hombre a la verdadera realidad, a lo verdaderamente auténtico y último: a Cristo. Sabiendo que “portamos este tesoro en vasijas de barro” (cfr. 2 Co 4, 7), pero con la certeza de que el Espíritu Santo guía a toda su Iglesia.
Jose Antonio García-Lorente
Rezad por mí, que soy un pecador.